SENDAS MUSICALES (Por Serafín Martínez)

Fecha de publicación: Oct 03, 2011 5:16:34 PM

Como he visto que gustó el artículo que escribí, os mando este pequeño relato, que presenté al segundo concurso de Relatos Breves organizado por la Asociación Cultural Las Alcublas.

Resulta que el pasado viernes, habíamos quedado en cenar de sobaquillo antes del ensayo, y cuando me encontraba cerca ya del musical, me alcanza un músico joven, que iba a la cena como yo, me saluda muy cordialmente y nos dirigimos los dos hacia el musical. Se me ocurre preguntarle que como le había ido la semana, a lo cual me responde que mal, que había estado ayudando en la recolección de la almendra y se encontraba cansado, seguimos con nuestra animada conversación hasta el local.

Más tarde, cuando nos encontrábamos ya un poco cansados del ensayo, pues serían ya las doce largas, se me ocurre decir a mí, que podíamos seguir un rato, porque lo que estábamos trabajando quería madurarlo un poco más, siendo entonces cuando otro músico, muy acertadamente dijo: “ va, no perdamos tiempo, que mañana hay que ir a la almendra”.

Siendo en ese momento, cuando me vino a la memoria aquello que escribí y que me había pasado cuando todavía era mucho más joven que aquellos músicos que tenía delante de mí. Venía como anillo al dedo.

Me gustaría sirviera de ejemplo, para que nuestros jóvenes músicos y educandos vean que con ganas, ilusión y estudio, se pueden conseguir aquellos objetivos que nos propongamos.

Relato

Por aquel tiempo habíamos terminado la escuela, en el pueblo no había mucha salida que digamos, así que para ir ayudando a la economía familiar, teníamos que ir cogiendo todos aquellos jornales que buenamente salieran.

Nos dijeron que si queríamos ir a coger las “almendras“a la Masía de Cucalón, no nos lo pensamos dos veces y allí que nos encaminamos la cuadrilla de amigos un lunes por la mañana, cargados con nuestros sacos de provisiones y manta para dormir. Creo recordar que vino Mario el casero a por nosotros con el tractor de la Masía.

Yo no había estado allí nunca, así que al ver la majestuosidad del portón de entrada, con un perro guardián a cada lado atado con su cadena, ya me impresionó un poco todo aquello.

La puerta estaba situada en lo que era el recinto amurallado, con sus mirillas en el muro, para defenderse de forajidos y bandoleros en otros tiempos, dando acceso al gran patio central, donde se encontraba uno de los aljibes, así como el paso a otras zonas de la casa.

Situada frente a la anterior, se encontraban los soportales con la puerta principal de entrada a la casa, (los sillares de piedra utilizados, supongo serían de alguna cantera existente en las cercanías), entrando a la izquierda se encontraba la capilla, a la derecha la entrada a las dependencias de la casa principal. En la parte trasera estaban las cuadras y corral de ganado, así como en un lateral se ubicaba el horno moruno para la elaboración de su propio pan.

A nosotros nos aposentaron en una cuadra muy grande, donde teníamos que dormir en una especie de “pajera“. Para las comidas teníamos una cocina en la parte superior de la casa, adonde se accedía a través de una escalera y allí nos reuníamos después de haber estado todo el día recogiendo almendras.

El almuerzo y la comida lo solíamos hacer en el “tajo “, así no perdíamos tiempo en los desplazamientos, ( las tierras pertenecientes a la Masía estaban alrededor de ella, pero algunos campos ya quedaban un poco lejos).

Recuerdo que como éramos unos críos un poco revoltosos, ( además todos juntos y fuera de casa ), el dueño nos puso a modo de controlador, al suegro de los caseros, era un Sr. de Gátova, el cual aparecía a lomos de un “ machico “ pequeño y se pasaba casi todo el día con nosotros. Una anécdota simpática de aquellos días fue la siguiente: después de comer descansábamos un rato, y él se dejaba caer en la manta, pero a mí se me ocurrió que empezásemos a pegar una piedra contra otra, para que pareciese que estábamos rompiendo almendras, al oírlo, se levantaba y venía hacia nosotros para echarnos la bronca, pero no veía ninguna cáscara y se lo llevaban los demonios al ver que no podía decirnos nada.

Otro día apareció Salvador con una liebre en la mano, la había cogido mientras dormía, (este era muy cazador, y lo sigue siendo), así que esa noche tuvimos buen arroz, pues el tío Pepe el Cacalo, se encargaba de hacernos la cena. También como estábamos en zona rebollonera, solíamos coger alguno, todo servía para enriquecer nuestra sencilla y humilde gastronomía,( la verdad sea dicha que hambre no pasábamos).

Como detalle especial, recuerdo que alguna noche nos proporcionaban un poco de vino para la cena. Había al entrar en la casa, en el pasillo a la derecha, un gran banco de piedra, con una garrafa siempre llena del buen vino que se cosechaba en sus tierras, resultado de la transmisión oral que había dejado algún maestro vinatero, (se supone debía de ser algún cartujo de la Cartuja de Vall de Crist), que dejó su sello particular por aquellas buenas viñas. La bodega era un encanto, con sus grandes botas, fabricadas allí en el interior, sus prensas y demás utensilios utilizados para la elaboración de aquel caldo tan exquisito. La almazara que usaban para el aceite era una maravilla, allí no faltaba de nada, tenían todo lo básico para poder obtener productos de calidad.

Una noche, el juego consistió en ver quien aguantaba mas rato bebiendo en la bota y diciendo la palabra “Cu- ca- lón, (habíamos tenido una pequeña recompensa por descargar un camión de abono). Así íbamos pasando las noches de aquel lejano mes de septiembre.

Pero llegó un día que teníamos que ir a ensayar al pueblo, la banda de música tenía que ir a participar en un festival en Riba-Roja del Turia y entre los amigos que allí nos encontrábamos había algunos que éramos músicos. Al medio día empecé a moverlos para así poder marcharnos antes, pero ellos no parecía que estuviesen por la labor de ir al ensayo, cuando llega la hora de ponernos en marcha, empiezan que si por aquí no es, que es por allá, ( teníamos que ir andando y volver al día siguiente para estar a la hora de empezar la jornada laboral), todo eran excusas, alguno se conocía muy bien el terreno, pero tampoco querían decir, no queremos ir al ensayo. Así que viendo la situación y que el tiempo apremiaba les dije, no preocuparos, si no queréis venir no pasa nada, vosotros volveros a la Masía, yo me voy al ensayo y mañana ya regresaré.

Y así lo hice, me recorrí la “senda “hasta llegar al pueblo, acudí al ensayo y podéis imaginaros las voces del director, (si es que no puede ser, ni tocan su papel, ni vienen a ensayar, así no se puede salir a ningún sitio). A todo esto, yo callado y con mi instrumento preparado para empezar el ensayo, ensayé y me fui a dormir, pues de madrugada en compañía del tío Julio con su macho, nos pusimos en camino para llegar a la hora de comenzar la marcha con todos.

Al día siguiente, cuando acudía a la Masía para cambiarme y asearme un poco para acudir otra vez al ensayo, allí me estaba esperando el dueño de la Masía al lado de su coche, (por lo visto se había enterado de lo del día anterior). Solamente me dijo: hoy no te vas andando, sube que te llevo, esto que tú haces tiene mucho mérito y es de agradecer, se nota que la música te gusta mucho.

Terminamos la semana y el domingo nos desplazamos a Riba-Roja, donde tuvimos una actuación bastante digna, dado los escasos recursos con los que en aquellos tiempos contaba la banda.

Con el paso de los años, me fui dando cuenta, que el recorrido de aquella “senda”, fue el comienzo de las muchas “sendas” que he tenido que ir andando a lo largo de toda mi trayectoria musical.

Un músico de Pueblo.